El hojaldre, especialidad de Confitería Blanco desde hace más de un siglo, es considerado una de las más bellas creaciones de la repostería. Pero no se sabe a ciencia cierta quién y cuándo lo inventó. Sí hay constancia, por documentos, de que los antiguos griegos o los propios aztecas elaboraban dulces similares al hojaldre aunque más especiados, como los que aparecen también en la cocina medieval islámica. Sin embargo, muchos autores atribuyen su invención a Claude Gelée, el gran pintor paisajista del barroco francés nacido en 1600 y más conocido con el nombre de Le Lorrain (de Lorena), por el ducado, por entonces independiente, en el que se encontraba Chamagne, su localidad natal.

Su historia viene a ser como la de otros tantos artistas que tuvieron unos inicios difíciles debido a una situación de extrema pobreza. Y el bueno de Claude encontró un modo de sustento trabajando, desde muy joven, para un maestro pastelero de su pueblo. Durante los primeros meses pudo pasar simplemente por un aplicado y cumplidor aprendiz, pero al poco tiempo no tardó en salir a relucir el pintor que llevaba dentro y comenzó a reproducir los dibujos que realizaba cada vez que disponía de un rato libre en tartas y postres de la pastelería. Su talento no pasó inadvertido para su patrón, que (cuentan) le dedicó frases como “tu vocación es ciertamente más de pintor que de pastelero. Mientras tanto, aplica tu saber al oficio que desempeñas; quién sabe dado tu amor al trabajo y tu espíritu, si podrás producir más y mejor que tus colegas, y hasta llegar a inventar…” o “tengo el presentimiento de que llegarás a ser un hombre superior y que enriquecerás nuestra profesión”. No solo dio en el clavo, sino que consiguió que Le Lorrain abandonara el lápiz por un tiempo para centrarse en la pastelería.

Cuenta su biografía que un día quiso sorprender a su padre enfermo con un bollo especial que le rondaba la cabeza y que elaboró retirando unos 200 gramos de la masa del pan con los que hizo una bola que, a continuación, estiró para colocar en el centro una porción de mantequilla. Según su maestro, el invento fracasaría porque, al no mezclar la masa y la mantequilla con las manos, ésta última se acabaría “escapando” durante la cocción. Claude, por el contrario, defendía que no, siempre y cuando la mantequilla, como era el caso, estuviera completamente envuelta por el pan. Y estaba en lo cierto: el pan que había horneado se hizo una bola enorme… y deliciosa, según su progenitor, que no tardó en pedirle otra igual. No tardó Gelée en cumplir su deseo, aunque en esta ocasión, dio un giro de tuerca a su invento aprovechando la ausencia de su patrón. Repitió el mismo proceso, pero, esta vez, además de estirar la masa, optó por doblarla sobre sí misma hasta diez veces para luego aplastarla. El resultado fue prácticamente el mismo, pero subió menos que el anterior. Posiblemente, el más decisivo de los ensayos fue el siguiente, en el que volvió a hacer lo mismo, pero prescindiendo de la levadura. Y así continuó hasta que, años más tarde, y ya trabajando en una pastelería de Nancy tras el fallecimiento de su antiguo mentor, concluyó al fin que la delicadeza de la pasta y la verdadera esencia del hojaldre residía en la manera de doblarlo: en la repetición del plegado alternado.

A partir de aquí, y, sobre todo, tras su marcha a Italia, los datos empiezan a ser más confusos y la realidad se mezcla con la leyenda. La versión más sorprendente reza que un ayudante de la pastelería en la que trabajaba, Luigi Mosca, y su hermano consiguieron seducirlo para que se trasladase a Nápoles, donde, tras “robarle” el secreto de la receta, lo encerraron durante meses en un subterráneo sin apenas agua ni comida del que consiguió escapar para acabar siendo rescatado por un buen alemán que, como él, amaba la pintura, abandonando a partir de entonces su faceta de pastelero. De lo que no cabe duda alguna es que fue en Italia donde se curtió y formó, con pintores de la talla de Gottfried Wals o Agostino Tassi, hasta convertirse en uno de los mejores paisajistas del barroco francés y de la historia. En este sentido, recibió multitud de encargos de reyes, papas y de importantes cardenales. Fue muy imitado en vida y su influencia se extendió hasta el siglo XIX, siendo fundamental para varias generaciones de pintores como el propio Monet. Entre sus obras más destacadas podemos encontrar “El Sacramento de David”, “El desembarco de Cleopatra”, “Vista de un puerto de mar a la puesta del sol” o “Madre Dolorata”.

Volviendo al Claude Gelée pastelero, no es descabellado pensar que realmente no fuera el inventor como tal del hojaldre, pero es indudable que contribuyó a su difusión y que mejoró su calidad con novedades que se siguen empleando hoy día. Sea como fuere, en Confitería Blanco hemos querido rendirle homenaje por su papel en la creación del hojaldre, un producto que venimos trabajando y perfeccionando en Confitería Blanco desde 1898. Especialmente orgullosos estamos de nuestras tartas de hojaldre.

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